Iglesia y Religión

En España aunque los ilustrados culpaban a la Iglesia católica del fracaso del desarrollo racional no querían romper con ella, tan sólo se cuestionaban ciertos aspectos de la teología tradicional y se buscaba que la Iglesia se limitase a tener un carácter más íntimo y privado, que se separase del Estado o la Corona. En este momento existía dentro de la Iglesia un período de cuestionamiento de la autoridad del papa. Este cuestionamiento había sido desarrollado por las teorías del regalismo, que proponían el asentamiento de iglesias nacionales, independientes de Roma. Apareció un grupo de obispos, llamados jansenistas, partidarios del regalismo y de ideas avanzadas.

Los jesuitas dominaba las universidades y centros educativos de España, Francia y Portugal principalmente. Algunos aspectos que les caracterizaban les hacían chocar con la Iglesia tradicional, pero este choque no era más que aparente: entre sus votos estaba la obediencia ciega del papado. Tenían una actitud crítica ante la filosofía aristotélica, deseaban extender los nuevos conocimientos técnicos y sus trabajos a todas las clases sociales. Los conservadores persiguieron inclementemente las ideas reformadoras en manos de los jansenistas, así como trataron de controlar la labor misionera de los jesuitas en América, de los que se sospechaba que promovían ideas liberadoras. Se deseaba la expulsión de esta orden de España y cuando fueron expulsados de Portugal y Francia, Carlos III vio la perfecta oportunidad de expulsarlos también de España en 1767.

La Iglesia católica en España siempre había tenido importante repercusión en política. Como el clero apoyó a los Borbones durante la Guerra de Sucesión, la Corona les otorgó amplias extensiones terrenales, para que allí gobernaran abades y obispos. Sin embargo también se aplicó más control sobre la iglesia: el papa (Clemente XI) había secundado a los Austrias y en consecuencia los Borbones se negaban a dejar que fuese él quien eligiese los obispos, fomentaron y defendieron el regalismo y en 1753 firmaron con la Iglesia el primer Concordato, que les transfería el poder de  elección de los obispos.